Un escritor argentino identificado con el sentir del pueblo, –Arturo Jauretche– escribió acertadamente que "fogarata" no es un término erróneo, sino una suerte de pleonasmo instintivo para dar cuenta de la grandiosidad del espectáculo.
La fogarata es un rito religioso, y conserva ese carácter aún cuando quienes la preparan, la encienden y la disfrutan en esa noche mágica, ignoren que ese día se conmemora el martirio del primer papa, San Pedro, y del Apóstol de los Gentiles, San Pablo.
Al amanecer del 29 de junio del año 67, ambos fueron sacados de la prisión para ser ejecutados por orden de Nerón. Pedro fue llevado a la Colina Vaticana y crucificado cabeza abajo según su deseo, por considerar demasiado digno morir como su maestro.
Pablo fue conducido a Ostia, lugar próximo al río Tiber, y allí fue decapitado. Su cabeza al caer dio tres saltos, y del suelo brotaron otros tantos manantiales. Aún hoy los peregrinos que van por la Via Ostiense se detienen allí para llevar agua de las fuentes milagrosas.
Tanto el agua como el fuego son tomados como sígno de otra realidad inexpresable. El simbolismo del fuego está siempre asociado con un trasfondo religioso: expía el demonismo de las brujas, ahuyenta los malos espíritus, se ofrenda a los dioses telúricos, conmemora acontecimientos sagrados y por sobre todas las cosas purifica.
Las grandes fechas cristianas están vinculadas desde su origen a la religiosidad cósmica primitiva, al culto del campo –el pagus de los paganos.
Esta reverencia instintiva hacia los acontecimientos de la naturaleza ha inspirado los rituales de cambio de estación, en los solsticios y en los equinoccios. Así, al comienzo del invierno del hemisferio norte, se hacían desde la antigüedad fuegos nocturnos para intentar devolver su fuerza a un sol que día a día se mostraba más débil.
En esta noche mágica, se produce la comunicación entre el mundo profano y el mundo sagrado. Desde nuestra duración temporal, una transitoria brecha nos permite comunicarnos con lo trascendente.
Así, en lo alto de la fogarata no suele faltar “el muñeco”, una figura humana hecha al modo de los espantapájaros, que es quemado como expiación colectiva, o para rendir homenaje a mártires inocentes –Giordano Bruno, Santa Juana de Arco–. Hasta suele atribuirse festivamente al muñeco la identidad de algún vecino del barrio, como signo de popularidad más que de agravio”.